47 Años de vida en la misma esquina de Wilde

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Hugo Cavallero es nuestro vicepresidente y gran referente dentro del sector de expendedores de Argentina.
El 1 de octubre su estación YPF cumplió 47 años de vida. Siempre en la misma esquina de Ramón Franco y Polonia, en Wilde, partido de Avellaneda. A pesar de que Hugo prefiere quedarse en su casa en estos días de pandemia, fue a la estación a brindar con sus empleados y sus hijos, con los cuidados necesarios (barbijo, máscara y al aire libre en la entrada del minimercado).


¿Cómo empezaste?
Trabajaba en una inmobiliaria de Villa Devoto, especializada en la venta de estaciones de servicio y garajes. Se llamaba Beiró Norte. Era martillero público.
Me dijeron en la oficina que esta estación, que ya era YPF, se alquilaba. Fui a visitarla y me encantó. Los de Beiró me ayudaron a entrar en el alquiler, se portaron muy bien. Yo ya tenía en esa época dos paradas de diarios. Trabajaba de martillero y de diarero. Firmé el alquiler por un año y medio con opción a compra el 1 de octubre de 1973. Ahí empezó todo. Vivía en Sarandí, era mi zona. Al año y medio la compré.
Los hijos de Hugo, Vanina y Germán, siguen los pasos del padre, cada uno a cargo de una estación. Los tres están en el día a día, siempre comprometidos con el sector de los expendedores.
Y así como sus hijos lo acompañan en las estaciones, los clientes y sus hijos también los acompañan.
“Son tres generaciones que me vienen a cargar combustible, que son los abuelos, los hijos y los nietos”, dice de su clientela.
Un cliente de Barracas va todos los días a desayunar a las 7, de lunes a sábado. Ya es considerado un amigo. “Hay dos veces
por semana que no le cobro”, dice Hugo.
Todos los días se arma también una mesa de 5-6 amigos. Van a tomar café a la estación de Wilde. “Los viernes el café también es gratis para ellos”, afirma Hugo.


¿Qué fortalezas debe tener un estacionero para que funcione el negocio?
Lo primero que les diría a los que se están iniciando en el sector fue lo que me dijeron a mí en mi primer día: “Tenés que asumir que vas a agarrar un negocio que está abierto todo el día todo el año”, advierte. “No es que tenés que estar las 24 horas trabajando; pero sí estar pendiente”.
“No te podés relajar, en el buen sentido. Yo siempre le digo a mi hijo que cuando empecé, no lo pude disfrutar sus primeros 2 o 3 años porque me absorbió el trabajo. Es un negocio donde sabes cuándo llegas pero no cuándo te vas”, explica.

Reconoce que en esos momentos trabajaba 14 horas por día, “incluido los domingos”, asegura. Pero señala que al quinto
año, cuando organizó el negocio, relajó la cantidad de horas.
Ahí la clave: estar pendiente pero no todo el día adentro. “Los sábados, en lugar de trabajar hasta después de las 8 (de la noche), me empecé a quedar hasta las 2 (de la tarde). Y mis hijos le doy esa enseñanza, que si se van a quedar después de las 5 (de la tarde) en la estación, se terminó”, alecciona Cavallero, como quien sugiere que se dediquen a otra cosa.
Como segundo consejo, Hugo dice: “es necesario saber qué significa una Estación de Servicio y darle un buen servicio
al cliente”.
“Nosotros tenemos una consigna: auto que venga, tenés que atenderlo bien. Por más que quiera ir al baño o a preguntar una calle o cargar combustible. Y lo mismo si viene un Fiat 600 o un Mercedes Benz; es exactamente lo mismo uno y otro, porque la plata vale lo mismo”, agrega.
Como tercer consejo para que una expendedora funcione, Cavallero destaca “la constancia”. “Hay que estar”, afirma.

“Estar al tanto de lo que pasa y tener al personal bien pago”, suma. “Es muy importante tener un buen equipo de trabajo. Tuve la suerte de tener a cinco personas que se jubilaron conmigo y la convivencia de todos los días es muy importante”, indica. Es el día de hoy que su hijo Germán, todos los sábados compra facturas para los empleados de las dos estaciones.

Hay una anécdota final que define a Hugo como estacionero. Así la cuenta:
“En la época de Alfonsín aumentaba la nafta cada 14-15 días, 20-30% por vez. Si abrías la estación y salía el periodista Marcelo Bonelli diciendo que aumentaba, se me armaba una cola 400-500 metros. Teníamos tres islas y cerrábamos dos. En esa época vendía 9.000-10.000 litros por día. Pero aún sabiendo que al día siguiente aumentaba la nafta, vendía combustible. Tener abierto el día previo al aumento, nos dio reputación. Muchos colegas cerraban a las 12 del mediodía a la espera del nuevo aumento. Lo que
perdí de ganar me hizo ganar clientes de Quilmes, Barracas, Berazategui que aún hoy siguen viniendo”.