Estaciones de servicio, la brida más débil de la cadena

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Por la cuarentena, cayó 90% la venta de combustibles. Cómo le pelean los estacioneros a la crisis. Por qué dudan que muchas de las 4800 bocas que hay en el país sobrevivan al coronavirus.

Hugo Cavallero tiene 73 años. En algún tiempo de su vida, fue canillita. De ahí que, «si me falta el diario, me falta todo», cuenta. Pero, desde hace casi medio siglo -48 años, para ser exactos-, su negocio, su vida, son los surtidores. Tiene dos estaciones de servicio: una, en Villa Domínico; la otra, en Wilde. Las dos, bajo bandera de YPF. Las administra con sus hijos. Los dos, contadores; uno está a cargo de cada una.

La de Wilde está en el cruce de la avenida Ramón Franco con Polonia. «Hace 47 años que estoy en la misma esquina», saca pecho. Sobrevivió a todas las crisis desde entonces. «Pensé que la de 2001, con los patacones y demás, era la peor. Pero esta, seguro, es la más brava», asegura.


Buscar «Ramón Franco y Polonia» en Google Maps arroja la imagen de una estación de servicio desbordada de autos, que entran y salen. Una foto muy distinta al brusco contraste que muestra, hoy, la realidad. El decreto de cuarentena y aislamiento social obligatorio, que empezó a regir a las 0 horas del viernes 20 de marzo, puso a más de 4800 estaciones de servicio de todo el país en una «situación crítica», alertó la semana pasada la Confederación de Entidades de Hidrocarburos (Cecha), integrante de «Expendedores Unidos», mesa a la que también se sientan la Federación de Empresarios de Combustibles de la República Argentina (Fecra), la Cámara de Expendedores de GNC (Cegnc), la Asociación de Estaciones de Servicio (AES) y la de Operadores de YPF (AOYPF).

«Establecido como ‘esencial’ para el funcionamiento del país, (el sector) opera hoy de manera normal para garantizar el abastecimiento de otros servicios eximidos del aislamiento pero con caídas de un 90% en sus ingresos y sin llegar a cubrir los costos operativos», agregó el comunicado. «Es como si estuviéramos cerrados pero tenemos que seguir operando», definió Gabriel Bornoroni, presidente de Cecha.

Son, advirtió la cámara, más de 60.000 empleos en situación de alta inflamabilidad. Un superviviente

«Este sector es como un servicio público: estás las 24 horas, los 365 días del año. Si estuviéramos cerrados, no andaría nada: patrulleros, ambulancias, el transporte de mercadería… Si el camión no tiene combustible, ¿cómo va a ir?», retoma Cavallero, quien es vicepresidente primero de Fecra.

En los últimos 15 años, cerraron cerca de 2000 estaciones de servicio en el país. De las alrededor de 5000 que todavía funcionan, sólo 400 son propias de las petroleras. El resto pertenece a empresarios que, en su mayoría, son pequeños y medianos. El parate económico que detonó la llegada del coronavirus a la Argentina los dejó con pocas armas para defenderse frente a la pandemia. Al menos, en lo financiero, mientras dure la cuarentena.

«Nos convendría estar cerrados, pagando el 20 ó 30% de los sueldos», reconoce Cavallero.

Sin embargo, eso no ocurre. Entre sus dos estaciones, Cavallero emplea a 43 personas. Por sugerencia del Gobierno -y de las mismas petroleras-, mantuvo una guardia mínima: un playero por turno en vez de dos y la tienda Full, al no poder funcionar, opera con una sola persona, cuando lo normal sería un encargado del local y dos empleados. Así, rota a su plantel. «Por día, casi 30% del personal es el que está operativo. Y el resto descansa un día y trabaja dos», describe cómo funciona el mecanismo.

Sin embargo, a esos engranajes, se les está agotando el aceite. «Estamos con el gasto de todo el año y facturando el 10%», dice. En los primeros 10 días de marzo, una de sus estaciones de servicio vendía un promedio de 14.500 litros diarios. La semana pasada, no llegó a los 2500. Lo mismo ocurrió en la otra: cayó de 10.500 a 1800 litros diarios.

«Estamos mal. La rentabilidad era del 2/3%. Ahora, nada», agrega Cavallero. Un producto de combustible le deja al estacionero un margen bruto de entre 8% y 9%, amplía. «Con eso, me tengo que hacer cargo de todo», sigue.

Buena parte de ese «todo» son impuestos. «ABL, que en Avellaneda subió mucho; el inmobiliario; la tasa de seguridad e higiene, que se paga sobre los sueldos, Ganancias…», enumera.

El otro ítem relevante son los salarios. «Venimos de una paritaria que está dentro de las cinco mejores del país: 55% y, después, nos agregaron un bono, con el que casi llegamos al 70%. Desde noviembre, el combustible no aumentó y, en esos cuatro meses, hubo una inflación del 14%», resume. Desde el 1º de febrero, la escala salarial del gremio de estacioneros tiene un piso en torno a los $ 41.000 (operario auxiliar). Como en el cuerpo humano, también en la economía, el coronavirus afecta con mayor severidad a quienes tienen patologías preexistentes.

«No llegás a aguantar el 40/50% de los sueldos. Ni hablar, de todo lo demás», se lamenta. Desde su época de canillita, admira a Héctor Ricardo García, fundador de Crónica. Recuerda que, en una entrevista, «El Gallego» admitió haber acumulado deudas previsionales e impositivas para cumplir con los salarios. «Para mí, el sueldo es lo primero. Con la gente, compartimos mucho. Estamos todo el año. Hacen el trabajo que uno hizo toda la vida…», justifica Cavallero.

«Intentaremos cumplir con todos. ¿Cómo? Y… hay que sacar de los ahorros. Uno siempre fue un poco conservador: hoy estás bien; mañana no. Pasamos de todas. Tomás precauciones», reflexiona.

Cavallero expende a consignación, por orden y cuenta de YPF. «Me da una bonificación por lo que vendo (IVA e Ingresos Brutos)», describe. En esta situación crítica, la empresa también le otorgó flexibilidades, como ciertos cánones y compromisos del programa de fidelización Serviclub. «No está exigiendo los pagos porque sabe que no vendemos», cuenta. Pero sabe que su proveedor tampoco atraviesa por el mejor momento. «Hoy, YPF vale nada más que u$s 1000 millones. Cualquiera hace una vaquita y se la compra. ¿Qué le voy a pedir?».Fuera de servicio

«Llegar al negocio y verlo vacío es triste. Genera mucha tristeza». Hernán Landgrebe tiene 47 años. Hace 17 que se metió en el comercio de combustibles. Empezó a administrar una estación de servicio que construyó su suegro. Hoy, posee tres. Todas, de Shell, en zona Sur: Berazategui, Banfield y Lanús. Emplea a 70 personas.

«No entra gente. Las estaciones están limpias, vacías», describe. «A la noche, no hay ventas. Entre las 10 de la noche y las seis de la mañana, a lo sumo, entra un auto». Uno de sus expendios trabaja con cuentas corrientes de transportistas. «No hay movimiento de camiones. Ninguno», subraya.

«Este es un negocio en el que hay que estar las 24 horas, con mucho caudal de gente, estructuras grandes. Sostener todo eso cuesta mucho», advierte. «Con estos volúmenes de ventas, no se sostiene», vaticina.

«Todo el capital de trabajo es nuestro. Financiamos la tarjeta de crédito, las cuentas corrientes… Compramos el combustible y lo vendemos. Se lo pagamos a las petroleras y, después, comercializamos», explica Landgrebe.

Se calcula que, en el país, el 50% de las ventas de combustibles se hace en efectivo. Con lo cual, haber tenido bancos cerrados por la cuarentena tensó al extremo la cadena de pagos, ante la imposibilidad de depositar la recaudación, incluso, de las propias estaciones de las petroleras. En una de las tres cadenas más grandes, cuentan que un estacionero del interior montó todo un operativo logístico y de seguridad para acreditar, vía cajero automático, cerca de $ 2 millones. Monto que insumió varias horas y extremó la capacidad de almacenamiento del dispositivo. Pero esa cifra, para este negocio, es moneda diaria.

«Equivale a un camión y medio. La estación que menos vende son 200.000 litros y la que más, 1,2 millón (por lo general, las de autopistas o General Paz, que son de las petroleras). Pero, según el volumen, pueden recibir entre un camión diario, uno cada día y medio y uno cada tres días», ilustra una fuente del sector.

«Con la venta de cigarrillos, que sigue funcionando, algo del efectivo se puede licuar. Pero poco. Y sueldos, impuestos, combustible, se paga por banco», dimensiona Landgrebe la dificultad. «Muchos gastos, hoy, se cubren con las acreditaciones de la tarjetas, que se hace a 10 días hábiles. Eso se va girando a nuestra cuenta y, de ahí, movemos cheques y pagamos», explica. Hasta ahora, contó con ese recurso por las ventas hechas antes de la cuarentena. «Falta menos de una semana para encontrar el fondo de esa olla. En cinco o seis días, se acaba. Y, ahí, uno se comió todo su capital de trabajo», augura.

Al haber bajo consumo de combustible, la mayoría de las estaciones estaba abastecida, explican en el sector. «No estamos reponiendo. Pero, a futuro, habrá que analizar alternativas. Esto será muy difícil de revertir. Al afrontar todo esto con nuestro capital, cuando haya que financiar de nuevo cuentas corrientes y tarjetas de crédito, sin ayuda de las petroleras, será difícil», avizora Landgrebe. Calcula que, hasta el fin de la cuarentena –el próximo lunes, por ahora- deberá recibir (y pagar), como mínimo, otros cinco camiones de combustible.

El Covid-19 atacó en un momento especial para el negocio. El año pasado, el consumo de naftas premium cayó 14,3% y el de diésel, un 3,36%. Las de naftas súper subieron 3,52% y las de gasoil, 8,14 puntos. «Venimos de años que no fueron buenos. Con paritarias altísimas. Pensábamos que, a partir de marzo, íbamos a poder recomponer un poco nuestro negocio. Pero llegó esto», dice Landgrabe.

«Hasta el día 19 ó 20, en marzo, hubo tres semanas de trabajo», contextualiza Cavallero. «Enero y febrero, siempre, son meses en los que todo cae 20/25%. Marzo recuperaba y ya, abril, era mes pleno de recuperación», describe el ciclo de su negocio. «Pero ya, después del 20, se acabó», sentencia.

«Marzo ya está cubierto. Las que tienen espaldas podrán pagar los sueldos sin problemas. Pero, a las que no, se les hará imposible. Hay un 40% de estaciones de servicio que llegaron a fin de mes que no podrá pagar los sueldos. Muchas se van a comer su capital de trabajo para sostener esta situación», avanza.

«Abril es lo que me preocupa. Mi miedo es que, cuando esto se revierta, habrá algunas estaciones que no van a poder volver a abrir», asegura.

Inicialmente, los estacioneros, la brida más débil de la industria petrolera, alzaron la voz porque habían sido excluidos de los sectores que gozarían de alivios fiscales por el impacto de la cuarentena. Este lunes, el decreto 347, firmado por Alberto Fernández, encendió una luz de esperanza. Modifica al 332, que definió cuáles son los sectores con beneficios impositivos por la crisis. El nuevo decreto habilita a aquellas industrias consideradas «esenciales» a las que, no obstante, la crisis sanitaria «hubiera provocado alto impacto negativo en el desarrollo de su actividad o servicio» a «presentar la solicitud de ser alcanzados por los beneficios previstos» en el anterior.

«Sin esa ayuda, muchas estaciones, el día 1 después de la cuarentena, van a estar cerradas», advertía Cavallero, horas, minutos, antes de que el Boletín Oficial informara sobre la nueva rúbrica presidencial.